“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
Quien haya leído Cien años de soledad no puede olvidar estas primeras frases que nos llevan por diferentes tiempos y mundos. Quizás por eso uno de los consejos de escritura de Gabriel García Márquez era que “tanto en la literatura como en el periodismo hay que ganarse al lector, capturarle el interés para que se quede leyendo”. Y vaya si lo logró.
Compartimos fragmentos de diferentes entrevistas al autor, donde aparecen algunas perlitas sobre el oficio del escritor.
Sobre la importancia de establecer un horario para escribir:
Con la libertad, tuve que imponerme un horario de banquero, o más bien de empleado de banco, como si tuviera que marcar tarjeta todos los días. Comenzar a una hora y terminar a otra. Es importante. Si uno se deja llevar y no se detiene a tiempo, las últimas páginas las escribe un hombre cansado. El gran problema de la mayoría de los escritores es que, cuando las condiciones no les permiten dedicarse solamente a eso, consagran a la literatura las horas que les sobran y son horas de cansancio. Igualmente, si yo me entusiasmo, termino escribiendo cansado. Se necesita ese rigor: a una hora se comienza y a otra se termina.
«Mis hijos iban a la escuela a las ocho de la mañana y yo los llevaba. Luego me ponía a escribir y los iba a buscar a las dos de la tarde. Este sigue siendo mi horario: comienzo a trabajar a las nueve y termino a las dos o dos y media. Considero con mi conciencia que me he ganado el día y el almuerzo. Por la tarde, en general voy al cine, veo a mis amigos o cumplo otros compromisos. Quedo sin remordimiento de conciencia.»
«Ese remordimiento lo he sentido entre dos libros. Cuando terminaba un libro pasaba un tiempo sin escribir y tenía que volver a aprender a hacerlo. El brazo se enfría. Hay un proceso de reaprendizaje para volver a lograr ese calor que se produce al escribir. Comprendí que tenía que inventar algo que me hiciera escribir entre dos libros. Lo he resuelto gracias a la redacción de mis memorias. Desde entonces no he dejado ningún día la máquina. Cuando estoy viajando tengo menos rigor, pero tomo notas de mañana. Todo ello indica que el 99 por ciento de transpiración del escritor, del cual se ha hablado tanto, es cierto.»
«Uno por ciento de inspiración y 99 por ciento de transpiración. Aunque también defiendo la inspiración. No en el sentido que le daban los románticos para los cuales era una especie de iluminación divina. Lo que sucede es que cuando se empieza a trabajar seriamente un tema y a cercarlo, a acosarlo, a atizarlo, llega un momento en que uno se identifica con él de tal modo y lo domina tanto, que se tiene la impresión de que un soplo divino se lo está dictando. Ese estado de inspiración existe, sí, y cuando se logra, aunque no dure mucho, es la mayor felicidad que se puede tener en el mundo.»
Gabriel García Márquez: El oficio de escritor, entrevista.
Sobre la historia de la literatura y el escritor:
“Salvo que sea un genio excepcional que aparezca de pronto, no se puede hacer buena literatura si no se conoce toda la literatura. Hay una tendencia a menospreciar la cultura literaria, a creer en el espontaneísmo, en la invención. La verdad es que la literatura es una ciencia que hay que aprender y que existen diez mil años de literatura detrás de cada cuento que se escriba y que para conocer esa literatura sí se necesita modestia y humildad”.
Gabriel García Márquez: diez mil años de literatura, Revista Bohemia, febrero de 1979
Sobre las ideas y la escritura:
«Y esto me permite decirles una cosa que compruebo ahora, después de haber publicado cinco libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando la tenga terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de Cien años de soledad que pasé diez y nueve años pensándola), cuando la tengo terminada repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho.»
Cómo empecé a escribir, Discurso pronunciado por Gabriel García Márquez en Venezuela en mayo de 1970 y más tarde divulgado en el periódico El Espectador
Y, por último:
«¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social?.»
Palabras de Gabriel García Márquez al recibir el premio Nobel.

